EDUCACIÓN Y TRABAJO

Por Guillermo H. Zúñiga Martínez

            Hace unos días tuve la oportunidad de conversar con el estimado periodista y librepensador Enrique Olivera Arce. Según sus expresiones, está totalmente de acuerdo en que los seres humanos se dediquen a estudiar y abracen carreras de su preferencia; es más, lo señala como de suma importancia pero desliza una preocupación que no tan sólo le corresponde a él, sino a muchas personas pues -se pregunta a sí mismo- si un ciudadano conquista el grado de licenciatura, maestría o doctorado, eso es plausible; mas, ¿tiene garantizado un trabajo en el mercado laboral?
            Le dije a don Enrique que esta inquietud manifestada por él tan abiertamente es muy valiosa y merecía una conversación a fondo ya que debemos persuadirnos de que lo más alentador en la vida es alcanzar las metas particulares de cada uno y, en materia de estudios de carácter superior, es todo un reto asomarse a las diversas carreras, a las distintas especialidades y a esas montañas de conceptos que hay que asimilar para sentirse realmente preparado, por lo cual la consideración personal sobre este tema es que la sociedad en su conjunto debe procurar organizar sus actividades de tal manera que vuelvan realidad ese postulado sabio que se encuentra al inicio del artículo tercero constitucional: “Todo individuo tiene derecho a la educación”.
            Para ser muy directo: los ciudadanos, hombres y mujeres, deben atreverse a hacer suyo el conocimiento, a estudiar para que, cuando llegue la oportunidad, puedan cubrir con su preparación los requisitos que exigen las diversas actividades laborales; porque de qué sirve que se presente una vacante de ingeniero industrial si la persona no tiene los entendimientos ni la escolaridad para acceder a ese cargo; o de otra manera, se necesita un soldador submarino y no cualquiera puede decir “aquí estoy, a sus órdenes, para poder realizar este trabajo” si carece de los elementos técnicos indispensables para realizar esa función.
            Este tema me preocupa porque existen sociedades tanto en Europa como en América Latina, donde personas de ambos sexos ostentan títulos de licenciados o de maestros en diversos campos de la cultura y, mientras no se presenta la ocasión, realizan labores ajenas a su profesión pero creo que eso es más importante que ser ignorante, dado que a la sociedad le conviene crecer armónicamente y poseer el acervo cultural indispensable para ser mejor cada día.
            Tendremos que coincidir en algo. Entre más estudia el ser humano,  si lo hace con comedimiento, metodología y sentido de responsabilidad, consigue la transformación de su existencia porque el saber cambia la vida y transmuta las personalidades. La educación es fundamental para vivir cultamente  y reconocernos satisfechos dentro de la convivencia social.
Por otra parte, no se conoce hasta este momento, alguna universidad que prepare a los aprendientes y cuando egresen les asegure un trabajo, eso sería lo ideal, pero le quisiera preguntar a mi amigo Enrique Olivera Arce cuáles son los empleos que garantizan Harvard, Columbia, Yale, la Complutense o la  Ortega y Gasset; qué ocupación garantizan la Universidad Nacional Autónoma de México o el Instituto Politécnico Nacional; ahí no hay nada que hacer, se estudia para ser más útil a la sociedad y responder a sus exigencias; por eso era muy popular hace muchos años una frase que no he podido olvidar: cuando alguien triunfaba en la vida y le preguntaban las razones de su éxito, contestaba de manera muy concreta: “para eso me quemé las pestañas”, lo cual significaba que sus triunfos tenían la explicación lógica en su esfuerzo y voluntad por aprender, investigar y poner los criterios al servicio de las tareas que se pretenden realizar.
            Preocuparse por un trabajo seguro después de haber terminado estudios de carácter profesional me parece insustancial y una pérdida de tiempo: lo que requerimos es que los seres humanos -hombres y mujeres- disfruten el mismo derecho para estudiar y, poseyendo la preparación, puedan competir para alcanzar altas responsabilidades en el mundo económico, social, político y cultural del país.
En consecuencia, le diría al señor Olivera Arce que la principal preocupación que precisamos es cómo organizar a los habitantes de las comunidades, rancherías y municipios marginados para que  consigan acceder a estudios de carácter superior con el propósito de conocer la ciencia, la técnica, la historia, de plantear dudas que los lleven a la generación del conocimiento y utilizar su imaginación y demás facultades  para ser mejores en la actividad que realicen, la cual puede ser manual o intelectual pero, de alguna manera, lo que más se necesita es sembrar hábitos de estudio y hacer del enriquecimiento cultural una profesión de fe.



LUZ CLARA, MAESTRA XIQUEÑA

Por Guillermo  H. Zúñiga  Martínez

  Hace unos días tuve el privilegio de visitar el risueño y laborioso pueblo de Xico. Acompañé a Ramón Durón Ruiz a una ceremonia en la cual fue presentado su libro “Siete Maravillas para tu Felicidad”; participó como expositor -a invitación de mi amigo el Alcalde  Luis Alberto Pozos  Guzmán-,  el destacado maestro José Delfino Teutli Colorado, oriundo del lugar.
El acto se desarrolló en la Escuela Preparatoria, y cuando habló El Filósofo de Güémez, el público se despabiló y soltó las risotadas sinceras que arrancó al tocar la mente y el corazón de sus escuchas.
Al salir del plantel, tuve la oportunidad de saludar a Amado Manuel Izaguirre Virués, quien bondadosamente me entregó un par de obras de su autoría y fotocopia de algunas páginas de un libro que compendió y editó el maestro Leonardo Pasquel, xalapeño excepcional; obviamente impreso en la Editorial Citlaltepetl en el año de 1975, y titulado “Cincuenta Distinguidas  Veracruzanas”.
En la página 115 de ese texto, inicia Pasquel la descripción sobre la importancia de la obra educativa de Luz Clara Quiroz González, mentora de quien el próximo día 16 se cumplirán 125 años de nacida precisamente en Xico. Se trata de una de sus hijas más brillantes, de las pocas mujeres que llegaron a la escuela Normal Veracruzana en 1905, donde cursó la carrera con las mejores calificaciones; fue alumna disciplinada en la ejecución de tareas; estudiaba con seriedad y demostraba constantemente su vocación por ejercer el magisterio.
Logró darse a conocer y destacar en la comunidad académica; la respetaban sus compañeros y la estimaban sus maestros; una tendencia que afloraba en ella era el ejercicio de la didáctica, porque lo que más le entusiasmaba eran las formas de transmitir el conocimiento; le interesaba hacer del estudio y la enseñanza, prácticas inmersas en el disfrute y el placer del saber. Las clases, para ella, significaban una verdadera fiesta.
Cuando egresó de la benemérita institución, se le envió como directora de escuela a Temapache, en plena huasteca, donde de inmediato supo captar el cariño y respaldo de los padres de familia y principalmente de sus educandos, porque se prodigaba en el cumplimiento de los planes y programas de estudio, visitaba a sus alumnos en sus hogares y dialogaba constantemente con los miembros de la comunidad.
Un buen día le comentaron al Gobernador del Estado, Don Teodoro  A. Dehesa Méndez, que en Medellín hacía mucha falta una maestra con las características de Luz Clara, y fue cambiada de adscripción a ese municipio; posteriormente, allá por 1914, justamente durante la invasión norteamericana, fue trasladada al Puerto de Veracruz. Cuentan algunos historiadores que los yanquis trataron de cooptarla, para lo cual le ofrecieron ciertos privilegios, pero ella los rechazó  y sin pedir remuneración alguna siguió trabajando con sus aprendientes en casas particulares. Fue tan sonado su caso que, años después, el señor licenciado Andrés Baca Aguirre, a la sazón Presidente de la Junta Patriótica de Beneficencia de Veracruz, se preocupó por organizarle un merecido homenaje, mismo que aceptó con la humildad que la animaba.
Cuando gobernaba la entidad, el General Cándido Aguilar recibió informes muy elocuentes de la calidad pedagógica de Luz Clara, lo cual le motivó a hablar con ella y suplicarle fuera a Córdoba a prestar sus servicios para que la riqueza de sus enseñanzas inundara la inteligencia de la niñez de aquel lugar. En la Ciudad de los Treinta Caballeros permaneció hasta 1928.
El Coronel Adalberto Tejeda tuvo noticias muy positivas de tan ameritada maestra y la citó a palacio de gobierno para pedirle se incorporara a la Dirección General de Educación Popular cuyo titular era el excelente maestro Luis Hidalgo Monroy. A esa dependencia le sirvió Luz Clara con grandes resultados, porque su saber se expandió por toda la entidad.
Cuando se celebraron los 75 años de existencia de la Escuela Normal Veracruzana, se organizó una ceremonia trascendental en la cual estuvo presente el Presidente de la República, Lic. Adolfo López Mateos, quien le impuso la medalla Al Mérito Docente, acto protocolario que presenció, entre cientos de maestros, el mismo Lic. Leonardo Pasquel.
Considero con sinceridad que se hace necesario que el H. Ayuntamiento de Xico le rinda un homenaje póstumo a tan ilustre educadora, para recordarla por siempre como hija predilecta de esa tierra de ensueño poblada de talentos.