DON JUSTO
Por Guillermo H. Zúñiga Martínez
Por Guillermo H. Zúñiga Martínez
Era una comida, en el ambiente reinaba la camaradería. Mi amigo Melitón Morales Domínguez estaba contento, su Revista cumplía más de seis lustros. Llegué y me invitaron a sentarme alrededor de una mesa junto con otros concurrentes; allí tuve el privilegio de compartir la tortilla y la sal con Manuel Fernández Chedraui, hijo del destacado xalapeño Manuel Fernández Ávila. El diálogo se desarrolló con naturalidad, hablamos de la familia, de los hijos; Manolo me presentó a Ángel Armengual, industrial dedicado a las artes gráficas. Cuando platicábamos del tipo de imprenta y trabajos que realizan en su empresa, salió en forma espontánea un comentario sobre la calidad de los textos que publican. De inmediato Manolo mostró su orgullo por dos libros: Uno editado por Las Animas, que se titula “Justo como Fue”, que se debe a la excelente pluma de Rafael Campos Romero, y el otro es el que se refiere a la biografía de Don Maximino Ávila Camacho.
La obra dedicada a Don Justo es muy amena; lástima que hayan prohibido rigurosamente que se lleve a cabo alguna reproducción de la misma, aunque sea parcial, porque dan ganas -por ejemplo en este artículo- de transcribir algunas apreciaciones del autor. Sin embargo, procederé a recordar a un hombre que me trató amablemente y me brindó distinciones.
Con don Justo Fernández López tuve el privilegio de convivir en varias ocasiones. A veces acompañando a don Rafael Hernández Ochoa, otras tantas con don Rubén Pabello acosta que fue un hombre que siempre lo quiso, respetó y cuyos sentimientos invariablemente los extendió a su familia.
En otras oportunidades conversé con don Justo y con sus hijos quienes me brindan una añeja amistad sincera y constructiva, pero lo que más recuerdo de este singular “xalapeño”, es cuando me pidió que concurriera a su casa para cenar con él. Fue una larga charla; en verdad que aprendí de historia contemporánea lo que no se imagina usted, porque tuvo la bondad de platicar conmigo sobre Lázaro Cárdenas, Manuel Ávila Camacho, obviamente sobre don Adolfo Ruiz Cortines, Adolfo López Mateos y Gustavo Díaz Ordaz. Sus apreciaciones eran muy inteligentes, llenas de respeto; hablaba con gran regocijo caracterizado por su sencillez exquisita, y al escucharlo le pregunté si había dictado sus memorias, porque se me hacía que era una especie de deuda que tenía para con la sociedad ya que sus conocimientos y vivencias tuvieron siempre una gran riqueza humana; me contestó de manera inmediata: “Nunca lo creí conveniente porque el hombre vive situaciones que merecen ser guardadas y recordadas para siempre, sin compartirlas”.
Estando frente a él, le comenté que siendo Director General de Educación Popular visité la escuela primaria Salvador Díaz Mirón y cuando pregunté sobre el origen de esa institución la directora y los maestros, con gran emoción, me dijeron que había sido un regalo de don Justo Fernández; fue un dato que registré, porque la ubicación del plantel es extraordinaria. Pero al leer esta obra biográfica me pude percatar que el ilustre coatepecano fue un hombre generoso por naturaleza, son numerosos los bienes que regaló, incontables los favores que hizo, abundantes las actitudes de hombre de bien que registra su historia personal, inconmensurables los favores que brindó a amigos, conocidos y desconocidos, trascendentales e históricas sus contribuciones al desarrollo de la industria cafetalera y acendrada su vocación para la crianza y conocimiento de los caballos. Algo que me emociona de manera sincera es cuando en su biografía se habla de las traiciones que sufrió, de los fraudes que tuvo que tolerar y de su actitud para perdonar a sus semejantes.
Creo que don Justo Fernández López merece el libro que menciono; a quien no lo haya leído le insinúo que lo haga, porque allí podrá aprender no tan sólo la buena voluntad para crear empleos, hacer negocios, conquistar amigos, sino la limpia y digna vinculación entre el poder económico y el poder político que siempre debe basarse en la colaboración recíproca, en el respeto y el cultivo de los valores, lo cual significa apartarse de la ruin y perversa complicidad.
La existencia de don Justo Fernández fue ejemplar y es digna de admiración por lo que lo recuerdo con afecto y respeto; nunca olvidaré uno de sus consejos: “Mire, maestro, -me dijo-cuando usted dé algo, hágalo con gusto, con amabilidad, con alegría, porque si lo hace enojado nadie se lo va a agradecer”.
Si algo me agradó de este magnífico trabajo, fue aquel dato que nos dan a conocer cuando en plena campaña política llegó don Adolfo López Mateos junto con su esposa, la maestra Eva Sámano a visitar la familia Fernández en Las Ánimas, porque en esa señalada ocasión doña Alicia, la amada esposa de don Justo, les informó que ella y su esposo le daban de desayunar gratuitamente todos los días a los hijos de los trabajadores. ¡Oh, sorpresa!, al inicio del régimen del presidente López Mateos se empezó a ofrecer desayunos escolares a los niños de México, idea y propósito que nació en la ciudad de Xalapa.
zmgh12@gmail.com