“EL TECLAS” Y LOS TACOS
DORADOS
Por Guillermo H. Zúñiga
Martínez
Evoco con
mucho cariño la actitud de mi hermana Dora quien deseaba que un servidor se
dedicara al estudio. Resulta que en alguna ocasión, por el año de 1956, me
pidió que la acompañara a la academia Teodoro Kerlegand, de esta ciudad. Era un
colegio particular y los maestros enseñaban, según lo recuerdo, aritmética,
gramática, historia y sometían a los alumnos a la habilidad manual para
escribir con rapidez y precisión en las viejas máquinas Remington, también les brindaban la enseñanza de la
taquigrafía, actualmente casi en desuso, ya pocas personas poseen este conocimiento
antiguo y muy útil para el trabajo académico y burocrático. Asistí a clases y
era atento a las explicaciones de los profesores, pero comprendí que los datos que
entregaban a los alumnos eran propios para contadores privados.
En pocas
semanas deserté y dejé ese plantel, ubicado a un costado del parque Juárez, en
la calle José Joaquín Antonio Florencio de Herrera y Ricardos, personaje que
nació el 23 de febrero dde 1792 y entregó su existencia el 10 de febrero de
1854; fue amigo de Antonio López de Santa Anna, quien siendo presidente pedía
licencias constantes y tres de ellas las cubrió el xalapeño.
Quiero
mencionar que los estudios técnicos que allí se impartían, tuvieron una enorme
influencia entre la juventud porque servían para persuadir a los jóvenes de la
importancia que tenía trabajar en la administración pública o en compañías
privadas.
La verdad, no
me convenció la tendencia pedagógica que practicaba esa institución; de
taquigrafía, sólo aprendí la forma de escribir mi nombre y por cierto jamás lo
he olvidado.
Asistía temprano
a clases pero, cuando faltaba un profesor, me salía a caminar por el parque. Rememoro
con mucha claridad que visitaba el puesto instalado exactamente en la esquina
de la calle citada y Úrsulo Galván, porque se encontraba desde aquel entonces
el señor Luis Hernández, mejor conocido como el “Teclas”, un destacado paisano
que se ha caracterizado por ser muy trabajador, nacido en Xalapa el 18 de
noviembre de 1934 y que se ha mantenido
en la misma actividad durante 65 años.
El “Teclas”
tiene muchas amistades que lo recordamos con gratitud ya que preparaba los tacos
de una manera especial. Sé, dado que no es correcto esconder lo que ha pasado
en la evolución de la economía, que en aquella época eran de más de 20
centímetros, estaban bien rellenos de alimento y de lo más sabroso, la crema
que le colocaba encima, así como la salsa verde, que era exquisita. Resulta que
allí, cada mañana, la enorme cantidad de clientes terminaba con la preparación
de la taquiza y las tortas, tarea que sigue realizando nuestro amigo vendiendo sin
pena alguna el mismo producto aunque de tamaño menor, es más creo que ahora no llega a 10 centímetros la tortilla acacalada que ofrece cotidianamente a los
consumidores; pero lo fascinante es que el “Teclas” sigue disfrutando su
estatura, porque es muy bajito –apenas 1.45 metros-, sus ojos grandes y
desorbitados, asi como su sonrisa plena y llena de entusiasmo y de respeto para
todos.
Los
viejos alumnos de la academia Kerlegand, así como los trabajadores de diversas
negociaciones siguen acordándose del “Teclas”, pero principalmente de la comida
que prepara con maestría, aunque sigue utilizando la misma vitrina de hace muchísimos
años, pero eso sí: ha reducido las porciones
debido a los costos y al aumento de precio que han tenido la tortilla y los
condimentos que utiliza para seguir promoviendo el disfrute de los tacos y el
torterÍo. “Nomás fíjate, antes costaban 50 centavitos y ahora salen en siete
pesos cada uno”, comenta Luis, quien no tiene hijos pues nunca se casó, aunque
ha tenido amoríos con muchas mujeres de barriada.
Cuando
mis recuerdos me llevan hacia el interés de mi hermosa hermana Dora María,
aprecio que desde que era un chiquillo deseaba que me preparara, pero preferí
ir a realizar tareas de carácter manual y luego ejercer trabajo en la tienda de
don Víctor Landa López, oriundo de Tepetlán, establecida en la calle de Revolución número 56 donde crecí
como joven, pero dedicado a ejercer la fuerza física todos los días.
Después
de estar detrás de un mostrador y de conocer por las tardes y las noches el
funcionamiento de las escuelas nocturnas, pude encontrar una vocación nueva y
llena de responsabilidad que se basa en el estudio y en el trabajo intelectual
cotidiano para servirle a la sociedad con mayor eficacia en su desarrollo y
prosperidad. Pero no me olvido del “Teclas”.
Las
instituciones educativas no han perdido la memoria, pero también están presentes la mirada amplia y la sonrisa
sincera y cordial de un xalapeño que provoca la satisfacción de muchos
ciudadanos con los productos que ofrece diariamente en aquella esquina
histórica.
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