AZORÍN Y SU MENSAJE

 

Por Guillermo H. Zúñiga Martínez

 

 

            Con el propósito de obsequiarme un libro, el estimado maestro Miguel Ferrando Valenzuela me hizo saber que Publilio Ciro, poeta latino conocido popularmente por las sentencias que sembraba en boca de sus personajes, escribió una nota que, a juicio del profesor, es toda una enseñanza moral: “quien pierde la confianza, no puede perder más”. Con estas expresiones esperaba mi respuesta a una petición formal que consistía en ingresar al servicio educativo.

 

                El presente consistió en poner en mis manos la quinta edición del libro titulado El Político, que había publicado la colección Austral, Espasa-Calpe Mexicana S. A., y efectivamente, el trabajo literario de José Martínez Ruiz contiene consideraciones sobre la administración pública y su dirección, porque el nacido en Mónovar en 1873 reflexionó con amplitud sobre las características de los hombres públicos. Esta obra es recomendada para quien desee tener conciencia de lo que es un político valioso e integral. La primera condición de un hombre de estado es la fortaleza, razón por la cual su cuerpo debe ser sano y fuerte, y tiene que recibir a personas, escucharlas, conversar con ellas, leer correspondencia, contestarla, practicar la oratoria, valorar el estado administrativo del gobierno y también ser crítico y mañanero.

 

                Azorín, como se le conoce en los medios literarios, perteneció a la generación del ‘98, integrada por Baroja, Valle Inclán y Unamuno, entre otros. Afirma que el hombre social debe saber vestir, tener presentación adecuada ante el pueblo, que no busque elegancia sino estar bien arropado, guardar simplicidad con limpieza. No andar con perfumes y olores para sorprender a las damas, sino ser natural, saber callar y expresar sus juicios con precisión para que los entienda la población.

 

                Un político excelente admira a sus gobernados, aprecia el arte, la música, obviamente la pintura; debe ser prudente en los agasajos y las fiestas, pero compartir con todos sus conocimientos técnicos; en consecuencia, el autor de El Político señala que el ser humano dedicado a la administración y a la atención populares debe conservarse en el fiel de la balanza y preocuparse en serio en no perder el sentido del equilibrio, así como entender que existen leyes, códigos y jurisprudencia en todas las entidades, razones por las cuales precisa cumplir estrictamente con la ley, siendo éste su deber imperioso.

 

                Estadista valioso es el que no está de acuerdo en los elogios que le brindan porque muchos carecen de sinceridad; entiende que es mejor la buena voluntad  que la demagogia y, en consecuencia, deja de lado los ditirambos y pondera el amable desdén. Otra de las características más importantes, es que debe tener suerte y catadura para evitar a los galopines, truchimanes y trapisondistas.

 

Es una exigencia pública el que se conozca a todos los políticos y el pueblo se entere cómo viven, qué negocios tienen, qué hacen y cuáles son sus secretos idas  y regresos; el político impedirá la murmuración de quienes lo rodean, con el fin de eludir los malos pasos, por lo que verá cara a cara en una conversación con el parcial suyo de vida sospechosa. Es importante no aceptar las cortesías ni los grandes elogios, porque se sabe que el hombre p a banquetesrasistir a banqueptyiones y tambin la faz serena para que cubra sus dolores ulgaridades y saber charlar sabiamente público debe asistir a banquetes y comidas, así como tiene que hospedarse en provincia o en casas de amigos.

 

                Con base en lo anterior, dice Azorín que ni la contradicción es señal de falsedad, porque todo cambia en la vida y en otro sentido tiene que evitar las vulgaridades y saber charlar sabiamente para destacar entre los hombres modestos y sencillos. Es primordial que visite pueblos del país y platique con los habitantes para recoger sus necesidades y observaciones.

 

                Todo hombre público enfrenta problemas, pero debe contar con la faz serena para que cubra sus dolores íntimos, pondere sus decepciones y esconda sus amarguras.

 

El político debe servir íntegramente al pueblo.

 


SALDAÑA Y LA ORATORIA

 




 
Por Guillermo H. Zúñiga Martínez

 

         Cuando Jorge Isaac Saldaña Hernández contaba con veintiún años de edad, le encantaba participar en los concursos de oratoria a los que convocaba el periódico El Universal y estaba muy presente en cada uno de ellos. Ganó el certamen celebrado en Xalapa en 1952; se convirtió en triunfador auténtico, porque hablaba muy bien y había practicado los tonos, la mímica y la gesticulación, de tal manera que tuvo el privilegio de representar a  Veracruz en la contienda nacional.

         El licenciado Guillermo Tardiff señala que, con éxito sin precedente, tuvo lugar la eliminatoria final del concurso de oratoria del Estado de Veracruz el 2 de junio del año citado. Es interesante saber que este arte era muy admirado por la juventud y se invitó a un torneo que tuvo lugar en el teatro Sebastián Lerdo de Tejada, precisamente aquí, en la ciudad de Xalapa. Se trataba de un edificio muy interesante porque contaba con luneta, palcos y galería y lo habían edificado en la esquina de Clavijero y Altamirano.

En esa fiesta verbal asistió el gobernador de la entidad, porque Marco Antonio Muñoz era muy elegante y talentoso para gobernar. Lo designaron Presidente del Jurado Calificador; lo acompañaron el rector de la Universidad Veracruzana, Lic. Arturo Llorente González, el Lic. Mario de la Cueva, director de la escuela de jurisprudencia de la UNAM, el Lic. Pedro González Limón, Presidente del Tribunal Superior de Justicia del Estado de Veracruz, el Dr. Gustavo A. Rodríguez, hombre culto, buen escritor y cronista de la ciudad de Xalapa en esa época, el señor Higinio Corro y el campeón internacional de oratoria Gonzalo Vázquez Colmenares, uno de los retóricos más brillantes de aquellos tiempos.

         En las pruebas anteriores habían destacado jóvenes como Roberto Hiram Sánchez López, que tenía fama estudiantil por su postura ideológica y en ese entonces estudiaba en la escuela secundaria de bachilleres de Xalapa; su generación recuerda que habló sobre Miguel Hidalgo, llamándole Padre de la Patria. También participó Jorge Saldaña, que ya estudiaba en la facultad jurídica, su tema giró alrededor de la democracia en América.

         Otros concursantes fueron Gregorio Andrew Muñoz, de la Facultad de Comercio, quien de manera culta escribió y memorizó un discurso sobre la herencia de la revolución mexicana; sorprendió la elocuencia formidable de Nohemí Rodríguez de la Vega, de la escuela secundaria y de bachilleres de Coatzacoalcos, habló sobre la solidaridad americana. También anhelaban ganar Carlos Delgado González de la escuela secundaria de Alvarado, quien disertó sobre la grandeza nacional y la dignidad internacional de México; Esteban Ruiz Ponce, joven que dedicaba su tiempo a estudiar, leer libros y reflexionar, apenas cursaba la escuela secundaria de bachilleres de Córdoba, quien destacó la belleza del paisaje mexicano, con los años brilló de manera excepcional como catedrático de la Facultad de Derecho de la UNAM ; Raúl de la Huerta Valdés, de la facultad jurídica, expresó tesis muy interesantes sobre la importancia del color y el descubrimiento de América; María Rosas Armas fue un regalo artístico, venía de Orizaba y había reflexionado muy bien sobre la importancia de la provincia en la vida nacional y, de Poza Rica, Federico Cruz Castellanos razonó sobre la juventud y la universidad.

         Cuando el jurado calificador ponderó las intervenciones, llegó a una conclusión formidable y dijo al público que, evaluada la participación de los oradores, el primer lugar, sin lugar a dudas, pertenecía al nacido en Banderilla, Ver., Jorge Isaac Saldaña.

         Ya en el concurso nacional, destacó el representante del Estado de  Veracruz, porque habló con gran elegancia; utilizó voz suave y cadenciosa y desarrolló un parangón entre los paisajes y bellezas de Veracruz y San Luis Potosí, para hermanar en un solo elogio a las dos huastecas. En esa lid no pudo vencer nuestro homenajeado, alcanzó sólo el tercer lugar y triunfó el hermano de Gonzalo, Genaro Vázquez Colmenares, quien estudiaba el tercer grado de derecho en la UNAM y contaba con 21 años de edad; en ese mismo año, fue campeón internacional.

         La voz y la palabra de Jorge Saldaña se siguieron escuchando todo el tiempo en la radio, la televisión y en diversos foros con el talentoso verbo que siempre demostró en su vida. Ahora, por su relevancia como comunicador que colocó a Banderilla en el mapa mundial, porque llevó el recuerdo de su terruño por todas las naciones donde realizó su trabajó, sería conveniente analizar la pertinencia de que su nombre se le diera al municipio donde nació, para que se identificara como Banderilla de Saldaña en lo sucesivo.

         Descanse en paz.





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