LOS RIESGOS DE LA ORATORIA
Por Guillermo H. Zúñiga Martínez
Por Guillermo H. Zúñiga Martínez
Desde el General Álvaro Obregón hasta el Licenciado Gustavo Díaz Ordaz -esa es mi apreciación-, cuando los mandatarios mexicanos se dirigían al pueblo, causaban expectación. Los ciudadanos esperaban una posición gubernamental sobre problemas fundamentales de la República. Los dirigentes del país eran muy meticulosos sobre las expresiones y el alcance de los mensajes que emitían, por lo que existen libros enteros de los discursos que pronunciaron a lo largo de cada gestión gubernamental; forman parte de su historia política.
Fue hasta la época de don Luis Echeverría Álvarez que los paisanos conocieron un nuevo político, que había hecho una carrera brillante desde el punto de vista del servicio público pero jamás ocupó algún cargo de elección popular. Una vez que el Partido Revolucionario Institucional lo ungió como candidato presidencial, asombrados, los mexicanos observaron a un hombre con imperiosa necesidad de hablar sobre diversos temas inherentes a cultura, historia, ciencia, tecnología, juventud, producción, industrialización, empleos y los asuntos que usted se pueda imaginar; fue tal su expresión verbal que muchas de esas intervenciones fueron surgidas al calor de la observancia y el contacto con los diversos grupos que tenían relación con él.
Recuerdo muy claramente que el Oficial Mayor de la Secretaría de Gobernación, el “chato” Ibarra, utilizó personal especial para grabar los discursos con el fin de editarlos, lo cual originó 31 tomos de más de doscientas páginas cada uno. A mi manera de ver el Presidente Echeverría ha sido imitado por otros presidentes que han hecho de lado la formalidad del discurso porque consideran que pueden hablar de cualquier tema sin consecuencias, lo que ha originado críticas severas porque muchísimas intenciones transformadas en palabras han quedado enmarcadas en discursos que tienen una validez momentánea pero carecen de eco en la realidad.
Si usted observa, tanto el Presidente Echeverría como JoséLópez Portillo, Miguel de la Madrid,Carlos Salinas de Gortari y Ernesto CedilloPonce de León, surgieron a la palestra electoral sin haber ocupado cargo de elección popular alguno y hablaron de los temas más inverosímiles, lo que mucho tiene que ver con la eficiencia para servir a los mexicanos.
El político debería hablar cuando considere que sus palabras son más valiosas que el silencio y si aprecia que lo que va a decir calará en lo más hondo del alma colectiva.
Analice usted a Fox que ha sido el presidente más ignorante de la historia y que con sólo abrir los labios nos dejaba asombrados por los despropósitos, veleidades y propuestas sin sentido; era y es un ranchero enamorado de sus botas de charol; pretendía destacarse más por su conducta familiar que por convertirse en un hombre serio y respetado, lo cual dio lugar a una serie de traspiés gramaticales como llamar chiquillas y chiquillos, sirvientes y sirvientas, capillas ardientes y ardientas, con lo que configuró un verdadero desperdicio en el tramo histórico que lamentablemente le tocó cubrir para asombro y sorpresa de la República. El actual no tan sólo enuncia generalidades, sino emite opiniones carentes de sustento, lo que le provoca reclamos por ofensas proferidas, posiblemente sin querer, pero que cuando ya se expresaron no hay manera de retractarse porque constan en los medios masivos de comunicación que son plena prueba de los desaciertos y errores que se cometen en aras de una actividad espléndida como es el uso de la retórica.
Error mayúsculo es hablar sobre lo que no se sabe; por eso los altos servidores públicos tienen colaboradores,supuestamente especialistas en cada uno de los ramos de la administración,quienes deberían externar sus puntos de vista para orientar a la población en torno a las cuestiones específicas que se viven día con día, previo acuerdo con su superior jerárquico. Lo anterior explica porqué Platón insistía en que los dirigentes del mundo clásico deberían ser caracterizados por su sabiduría y preparación. Es muy claro que la política debe recobrar su seriedad, ser más sistemática y encontrar la balanza ideal para poder tener autoridad moral e intelectual ante el pueblo.
Se impone que los mandatarios del país calculen muy bien sus intervenciones y que cuando estén obligados a pronunciar un discurso éste tenga los efectos deseados, los cuales deben ser calculados, muy bien medidos para señalar los auténticos caminos de la concordia, comprensión, armonía y captar la solidaridad tan necesaria entre los ciudadanos.
zmgh12@gmail.com