MÉXICO, ¿SIN FUTURO?

Guillermo H. Zúñiga Martínez



Hace unos días estuvieron en la ciudad de Xalapa los intelectuales mexicanos Héctor Aguilar Camín y Jorge G. Castañeda, cuya obra literaria y política es importante. El motivo de la visita fue presentar su libro titulado “Un Futuro para México”.

El opúsculo -sencillo, corto, agradable en la lectura-, es un compendio de descalificaciones brutales para el PRI, complementado con temas que, más que soluciones, configuran una agenda de trabajo para quienes detentan el poder en México.

Son tópicos que se pueden encontrar fácilmente entre los editorialistas de diversas tendencias que publican en los medios de información masiva, tanto nacionales como internacionales. Ambos autores nos hablan del peso del pasado, de la necesidad del futuro, de la prosperidad, del crecimiento; abordan los monopolios de estado y los poderes fácticos, esto último mejor conocido como grupos de presión que se encuentran extraordinariamente bien explicados en la clásica obra del politólogo mexicano Rubén Narváez Martínez.

Asimismo, hacen reflexionar a quienes los leen, si nuestro país debe ubicarse en América Latina o debe mirar hacia los Estados Unidos de Norteamérica y Canadá; con una gran simpleza y obviamente a toro pasado, critican el Tratado de Libre Comercio que impulsó Carlos Salinas de Gortari; también hablan de la protección de la sociedad, la equidad, los impuestos y diversos asuntos que están en el ambiente social, porque no existe coherencia respecto de un verdadero proyecto de carácter nacional; por ejemplo, a Castañeda le interesan las candidaturas independientes porque él mismo aspira a encabezar una de ellas con el propósito de acariciar la posibilidad de ser Presidente de la República. La verdad, no sé cuántos votos lograría captar: los mexicanos ya lo han visto actuar en cargos de alta responsabilidad, con resultados magros y criticables en varios sentidos.

En lo personal me interesó el apartado VI de la obra, que habla sobre educación. Señalan que la expansión de la escolaridad mexicana es impresionante desde el punto de vista cuantitativo, pero que es una “catástrofe silenciosa” por los resultados que se registran en cuanto a la calidad que distingue al sistema educativo nacional. Se formulan preguntas como ¿Educar para qué?, ¿Qué y cómo debe aprender la gente? y asientan que esas interrogantes no han sido respondidas con claridad, como si no existiera la sabia programación del artículo 3º. Constitucional y las diversas exégesis que se han hecho respecto de lo que debe ser la educación nacionalista.

Por otra parte, esbozan de manera débil la posibilidad de inter-relacionar el aspecto educativo con la vida práctica, lo cual para los pensadores mexicanos del siglo XX era muy sencillo concebir, porque han afirmado hasta el cansancio que una educación o instrucción que no tiene aplicabilidad en la vida cotidiana, es realmente inicua e insensible.

En forma superficial abordan el mito de “la autonomía de las universidades públicas” y, como si fuera la gran contribución, sugieren devolver la educación a la sociedad. Mi pregunta sería ¿Cuándo el sistema educativo nacional ha vuelto los ojos hacia los ciudadanos y ciudadanas de este país, para que opinen e intervengan en la formación de sus hijos? Como usted lo sabe, existen disposiciones administrativas que impiden la participación de los padres de familia -como si todos ellos fueran ignorantes-, en los aspectos técnico-pedagógicos que utilizan los mentores en la enseñanza de los colegiales, por lo que me parece que la propuesta, más que un anhelo, es una ausencia de conocimiento.

Si la educación no ayuda ni favorece el desarrollo integral de los alumnos, estamos de cara al fracaso total; y cuando ellos hablan de que los niños y jóvenes deben estar más días y horas en “la escuela” -cuando deberían decir en las aulas-, aspiran a que cada aprendiente tenga en su casa las herramientas tecnológicas modernas, lo que es importante pero un tanto cuanto irreal por las posibilidades presupuestales no tan sólo del gobierno, sino de los bolsillos rotos de más de cincuenta millones de pobres que a veces no tienen ni para comprar un radio portátil.

En el brevísimo informe sobre este tema, ambos escritores afirman que “si los ciudadanos quieren mejores escuelas tendrán que pagar más impuestos. Si el gobierno quiere convencer a los ciudadanos de que paguen más impuestos por sus escuelas, tendrá que dejarlos entrar a ver cómo se gastan esos impuestos y a evaluar si las escuelas sirven o no”.

Una propuesta muy humilde para Héctor Aguilar Camín y Jorge G. Castañeda, es que pudieran asomarse a lo que está haciendo Veracruz en el Instituto Veracruzano de Educación Superior, en cuyo proceso de enseñanza aprendizaje es la propia comunidad la que tiene más interés por prepararse y ser mejores cada día, dejando a un lado los problemas de lo que dice el gobierno o lo que hacen las burocracias que los mismo autores critican. Sin duda alguna, en el Estado existe una nueva educación.

zmgh12@gmail.com