TAREAS ¿MARTIRIO O DELEITE?

Por Guillermo H. Zúñiga Martínez



Desde siempre, los mentores de educación básica, media superior y superior, para complementar las enseñanzas, son dados a exigir que sus alumnos cumplan un cúmulo de tareas que son -en los términos más estrictos- sinónimo de castigo o reprensión.

Quién no recuerda que, alguna vez, al escribir mal una palabra o realizar incorrectamente una operación matemática, se le hacía sentir su error y se le conminaba a elaborar planas enteras para fijar el conocimiento y enmendar el gazapo.

Por otra parte, al término de las sesiones académicas, se acostumbraba -y se sigue haciendo- dejar trabajos para realizar en casa, ya sean dibujos, modelado, lecturas y todo esto relacionado con los planes y programas de estudio; en fin, por lo general los alumnos las consideran cargas y como algo que se tiene que hacer en forma obligatoria porque al reanudar las labores lo primero que hacen los profesores es revisarlas, por lo cual no exagero al afirmar que los aprendientes rechazan sinceramente esas imposiciones muchas veces ilógicas y que se aplican para salir del paso, por lo cual el aprendizaje autónomo no se ejerce persuasivamente, sino como algo inaceptable dado que son verdaderas presiones.

Este panorama tiene que cambiar necesariamente; es una expectativa que debe ser analizada por los mentores, por cada conductor del aprendizaje para mutar el concepto de exigencia o condena por el de deleite o disfrute y, además, como una revelación en los hallazgos que, por sí mismos, pueden alcanzar los educandos.

Hace falta una verdadera sistematización para convencer a los alumnos de atreverse a hurgar, investigar hasta hacer de su propiedad la sabiduría o la elaboración de objetos producto de la habilidad de sus manos, por lo que estimo que el término “tareas” debe desaparecer del lenguaje pedagógico para sugerir acciones que conduzcan hacia la satisfacción plena de los estudios realizados en forma personalizada, lo cual implica conocer de manera profunda las voces interiores de los estudiantes y respetar sus predilecciones; en otras palabras, el quehacer domiciliario debe basarse en las preferencias de cada uno de ellos para que sean resultado de su trabajo.

Imaginemos: en un grupo heterogéneo, algunos realizan actividades estéticas y otros demuestran que han encontrado por su empeño, aptitudes más elevadas en matemáticas o que haya discípulos que les encante dibujar significativamente aspectos de carácter biológico, por ejemplo la forma de las células, el cuerpo humano, o los distintos sistemas y funciones, pero no faltarán quienes informen haber practicado ejercicios físicos o que se están superando en natación, volibol, atletismo o en distintas actividades; también habrá quienes lleguen con una descripción literaria o una composición poética y los que demuestren su técnica en la ejecución de algún instrumento musical. Estas acciones, ejercidas con toda libertad, pueden conducir hacia el descubrimiento de escolares abúlicos cuyos intereses no afloran, pero su personalidad ha de respetarse.

Con base en lo anterior, las actividades extraescolares tienen que ser un equivalente a gusto, goce, autosatisfacción y, además, punto de partida para el encarrilamiento de las diversas vocaciones que podrán manifestarse tanto en la educación media como media superior y superior. En materia educativa, el interés y la libertad deben originarse en el más elevado sentido de la expresión, porque auto-educarse es aprender por uno mismo y asumir la responsabilidad del crecimiento intelectual y emocional.

Es obvio que para llevar a cabo estas reflexiones y colocarlas en la práctica, se necesita orientación y una decisión gubernamental porque hasta la fecha seguimos con las tareas como símbolo de correctivo y además con la obligatoriedad de aprehender y asir el conocimiento que reclaman los responsables del proceso de enseñanza-aprendizaje.

Estoy seguro de que, cuando se logre englobar esas acciones en el ámbito de las inclinaciones naturales de los colegiales, con la ayuda de los padres de familia, transformaremos el panorama nacional porque cada aprendiente se estará haciendo responsable de dar más de lo que puede, más de lo que le exigen en la institución y demostrar sus diferentes capacidades.

Estas nuevas tendencias son las que se están buscando con base en la nueva pedagogía social que está caminando hacia la transformación de existencias y dejar libertad para que cada quien encuentre su camino en el crecimiento infinito del saber.

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IMPORTANCIA DE LA CALIDAD EDUCATIVA

Por Guillermo H. Zúñiga Martínez


La calidad es signo de distinción, algo tangible, observable; es, también, una condición que se puede evaluar; está en todo, sólo se necesita criterio, madurez y sensibilidad para apreciarla. Sus características, en la educación, se basan en las capacidades de maestros y alumnos para interpretar y analizar críticamente los mensajes y el conocimiento mismo, tanto en su interacción cuanto en el autodidactismo.

Quienes buscan aquella cualidad, por lo general, son perfeccionistas, seres exigentes, bañados de retos por doquier, inspirados por el reconocimiento y reclamadores sensatos de la aceptación integral. No importa cuál sea la actividad que emprenda el hombre, lo que se impone es que siempre trate de ser el mejor en lo que hace.

De la calidad se desprenden las diferencias y así se ha escrito la historia de la humanidad, lo que menos interesa son las tareas, porque de éstas, lo que descuella es la excelencia con que se ejecutan. Los gladiadores en la antigüedad, para ser mejores y vencer, resaltaban sus músculos y sus destrezas.

Los gobernantes, por ejemplo, se han preocupado por dirigir con sapiencia a sus pueblos, pero ha habido y existen algunos que distorsionan los objetivos del poder cuando usan la fuerza bruta o la soberbia y se basan en el deseo de sobresalir, sin méritos para lograrlo. En otro orden de ideas, se puede afirmar que existen agricultores orgullosos de los atributos de sus productos, o betuneros que sacan brillo y lustre al más corriente de los zapatos; también entre los estibadores, que se distinguen por el orden que dan a los bultos que manejan.

Disposición por destacar es un símbolo de originalidad que se puede apreciar en la fabricación de telas, de autos, aviones, barcos, en el internet mismo, porque no es igual esperar cinco minutos para que abra una página, que unos segundos solamente.

Las particularidades también se observan en los seres humanos, porque hay hombres y mujeres de alta o baja conducta, según los valores que priven en la sociedad. En una palabra, la calidad es un valor universal y se logra muchas veces sin necesidad de medios financieros abundantes.

Lo anterior, me conduce a reflexionar sobre lo que afirmó el Dr. Salvador Malo Álvarez, actual Director de Investigación del Instituto Mexicano de Competitividad, quien nos manda el mensaje tétrico y aparatoso de que “el escaso recurso que reciben las Universidades públicas en México, no es justificación para que los alumnos no adquieran los conocimientos necesarios que los hagan competitivos afuera de las aulas”. Pero va más allá, porque afirma que “en el momento mismo de la intervención del profesor y el alumno, el recurso se puede decir que es secundario, lo importante son las formas de aprendizaje de los alumnos y la forma de enseñanza que tienen los profesores”.

Las anteriores aseveraciones muestran de cuerpo entero a un tradicionalista de la pedagogía contemporánea, porque ignora de manera olímpica las grandes verdades que se descubren en la propia formación de la humanidad, ya que millones de seres humanos han sido exitosos sin haber tenido el privilegio de ser guiados por los caminos de la vida por pedagogos.

El Dr. Malo, según se desprende de su valoración, hace hincapié en la enseñanza pupitresca, porque sigue considerando a los educandos como recipientes en los cuales hay que verter informaciones, con base en la preparación de quien las difunde, o expresado de otra manera: es incorrecto dar cucharadas de saber a los que tienen apetito en su cerebro.

Jamás podremos desechar la convivencia entre el preceptor y el ignorante, porque es sumamente trascendente que alguien redescubra la verdad o procure que los propios alumnos alcancen el conocimiento con base en sus reflexiones, como lo hacía magistralmente Sócrates al partear el espíritu de sus discípulos.

En estos tiempos es hora de responsabilizar al que no sabe para que salga de su letargo, con base en las reglas del aprendizaje autónomo, porque debe ser el ansia de superarse, la voluntad de ser mejores, la disciplina, la curiosidad y la autorresponsabilidad, las condiciones culminantes de lo que es la nueva pedagogía social.

Dice un sabio proverbio popular que: el que piensa en tortillas, hambre tiene; porque el hablar y hablar de mayores recursos económicos para el elevado funcionamiento de las instituciones de educación superior, es retorcerse en un eje que siempre será un círculo totalmente defectuoso. Es un error olvidar la presencia de la imaginación y el valor inmarchitable de la solidaridad humana.

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“APATÍA ESCOLAR”

Por Guillermo H. Zúñiga Martínez



Algunas veces he insistido en la necesidad de recrear lo que durante mucho tiempo fue el Consejo Nacional Técnico de la Educación porque este organismo –que contaba con el apoyo de consejos técnicos estatales- reunía a la inteligencia pedagógica del país. En su funcionamiento estaban plasmadas reflexiones acertadas y algunas equivocadas también, pero era referencia obligada sobre acuerdos a que llegaban aquellos pensadores nacionales sobre los problemas que confrontaba el sistema educativo de México. Arribó la despreocupación al Gobierno Federal y se extinguió ese magnífico foro de discusión en torno a los temas torales que guiaban la enseñanza-aprendizaje en las escuelas públicas.

Su fuerza, a mi manera de ver, radicaba en que se escuchaban los planteamientos del talento de la provincia y, en multitud de ocasiones, fueron los educadores de las entidades quienes lograban penetrar la esfera federal sobre los ángulos más diversos del desarrollo de las tareas escolares. Era obvio que los mentores radicados en el Distrito Federal hacían valer su peso específico, mas lo importante es que los dictámenes que se alcanzaban en cada sesión plenaria eran mandatos casi obligatorios para quienes tenían en sus manos la responsabilidad de guiar, interpretar y conducir los destinos formativos de la niñez y la juventud mexicanas. En mala hora desapareció porque también se desintegraron los estatales, organismos que procuraban inscribir en sus filas a los más destacados profesores de cada Estado de la Federación.

Por la ausencia de consensos generalizados, ahora se dan enfoques teóricos aislados sobre lo que está sucediendo en el seno de las comunidades escolares como lo refleja el valioso ensayo que realizaron Beatriz Peredo Carmona y el doctor José Velasco Toro en su libro “Apatía Escolar”, que fue presentado el pasado miércoles en el auditorio de los notarios, ubicado en Bravo número 15. En esa ceremonia –estupenda por cierto- hablaron Fabio Fuentes Navarro, quien dio a conocer un texto profundo, reflexivo y pletórico de cultura filosófica, así como el laureado escritor y maestro Ricardo Corzo Ramírez; ambos interesaron al público asistente. De sus planteamientos se desprende una verdad incuestionable: hace falta una revisión seria sobre el desarrollo de las actividades de docentes y colegiales en las aulas, porque tal parece que -con distinguidas excepciones-, la rutina se ha apoderado de esa función cotidiana, transformándola en una carga, una pesada obligación para unos y otros, los primeros porque tienen la necesidad insoslayable de acudir a las instituciones y los segundos porque obedecen lineamientos que los hacen funcionar con base en mandatos autoritarios.

Parece común y singular afirmar que el momento más feliz de niños y jóvenes en los planteles son el de recreo y cuando la alegría se desborda es en época de vacaciones y días festivos, lo cual dicta un mensaje diáfano: el colegio es para muchos aprendientes un martirio, sinónimo de sufrimiento, pesadez y agobio, por lo que se impone estudiar con sentido común este problema y procurar hacer del ambiente educativo una verdadera algazara donde radiquen dicha, felicidad, concordia, armonía y los deseos de estudiantes y catedráticos por encontrar soluciones a los inconvenientes actuales con base en su preparación, lo que significa enriquecer los planes y programas de estudio para hacerlos atractivos y principalmente respetar las características de los educandos, sus voces interiores que los conminan a ser mejores cada día con el fin de que, lo que se denomina escuela, sea un ámbito de creatividad y de convivencia realmente estimulante para cada discípulo y también para todo mentor.

Los autores de este libro me distinguieron para que escribiera algunos puntos de vista sobre su contenido y lo que expresé lo creo porque en verdad la obra conduce hacia una disyuntiva: seguimos en la rutina totalmente destructiva y estancadora o nos atrevemos a ser nuevos en la creatividad y en el aprendizaje autónomo que vibra en cada espíritu y en cada cuerpo convencido de superarse a través de la educación.

Insisto, se trata de un trabajo que debe ser lectura obligada para los maestros porque de su tenor se desprende la necesidad de transformar concepciones y actitudes, para crear nuevas condiciones e innovadoras formas que permitan el respeto a los alumnos y procuren el cambio táctico de los que educan.

Enseñanza y aprendizaje deben conjugarse de manera inteligente porque cuando esto se logre, será sencillo cambiar el aula como sinónimo de castigo y de obligación, a una comunidad educativa donde se viva el deseo inmenso de transformarse para bien individual y fortaleza de la colectividad.

Para los autores y los que hicieron posible su presentación, mis mejores parabienes.

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