LA MISTRAL Y EL AUTOAPRENDIZAJE

Por Guillermo H. Zúñiga Martínez

                Una de las mujeres latinoamericanas más distinguidas del siglo veinte fue Lucila Godoy, nacida en Vicuña, República de Chile. Como es bien sabido, era hija de un maestro rural y seguramente por influencia paterna se decidió a abrazar la profesión del magisterio a muy temprana edad; inició  su trabajo educativo cuando tenía apenas dieciséis años. Lo que me impresiona y cautiva es la dedicación que tuvo en su preparación personal porque es un monumento espléndido al autodidactismo como método, que para ella consistía en estudiar en un lugar agradable a las horas en que mejor se sentía, rodeada de objetos queridos y además, leyendo y estudiando los libros a su alcance, lo que le posibilitó adueñarse de una cultura bastante amplia y triunfar en el mundo de las letras.

                Poetisa laureada, sus composiciones alcanzaron un valor excepcional, porque todo aquel intelectual de su tiempo que las leía, terminaba por convencerse de que estaba frente a una mujer de gran talento, apreciación precisamente de José Vasconcelos, Carlos Pellicer y Pablo Neruda, entre otros.

                Cuando Gabriela Mistral contaba con quince años de edad, se vio en la necesidad de trabajar para contribuir a la endeble economía familiar; inició la publicación de sus primeros versos en algunos periódicos de provincia entre los que destacan Coquimbo y la Serena en los diarios, así como la Voz del Elqui. Desde entonces se firmaba como “Alguien”, “Soledad” y “Alma”. En plena adolescencia sintió una influencia muy fuerte del escritor colombiano José María Vargas Vila y en una etapa de su madurez  renegó de él y se proclamó discípula de Juana de Ibarbourou, a quien consideraba una poetisa de estatura continental.

                Es importante señalar que su primer trabajo poético tiene la fuerza de un amor perdido, al que jamás olvidó en su vida pues sucedió que el joven al que amaba murió prematuramente y él fue quien le inspiró “Los Sonetos de la Muerte”, obra que le valió recibir la Flor Natural de Oro, premio que marcó su éxito como escritora.

                Cuando Álvaro Obregón nombró Secretario de Educación Pública al Oaxaqueño José Vasconcelos, éste recordó a su amiga y la invitó a colaborar con él; su trabajo en esa dependencia se inició en el mes de julio de 1922 y de inmediato la chilena se dio a la tarea de elaborar un programa de educación rural e impulsó el primer sistema de bibliotecas. En esa época se dedicó también a escribir hasta editar un libro que se conoció como “Lectura para Mujeres”. Una vez terminada su tarea en México, partió hacia Europa y luego fue conferenciante en diversos países incluyendo los Estados Unidos de Norteamérica.

                Es tan importante Gabriela Mistral –que era su pseudónimo- que antes de que se premiara internacionalmente a su tocayo Gabriel García Márquez, Miguel Ángel Asturias, Camilo José Cela, Octavio Paz y al peruano Mario Vargas Llosa, ella recibió el Premio Nobel de Literatura en el año de 1945.

                En ese tiempo pesaron mucho sus magníficas obras, entre las cuales destacan “Desilusión”, “Ternura”, La Desviadora”, “Jugarretas”, “Tala” y “Lagar”.

                ¿Dónde aprendió literatura Gabriela Mistral? La contestación es obvia: fue un trabajo personal; se organizó de tal manera que estudiaba denodadamente, era consciente de su capacidad para asimilar el contenido de las obras que escogía para devorarlas y enriquecer su cultura universal.

Estoy hablando de una dama que siendo adolescente fuera expulsada de la escuela preparatoria, lo que no le afectó porque se dedicó a cultivarse hasta dominar, con maestría, el autoaprendizaje.

                Es estrujante el concepto que tenía de la escuela porque le gustaba explicar que, cuando iba a las aulas obligadamente, dos tercios de las clases eran dunas de tedio por lo cual se exigía para el ejercicio magisterial a personas que deberían tener aspectos agradables, lo que no es sencillo lograr en todos los casos.

                Es grato recordar a una mujer muy sensible que logró captar el afecto y admiración de sus contemporáneos y que, sobre todo, fue producto de la autorresponsabilidad en el estudio. Mire usted, en el año de 1947, un veintitrés de junio, el autor de “Ulises Criollo” y “La Tempestad”, le decía a Gabriela Mistral: “Su amistad se me vuelve profunda y conmovedora. Usted es mi refugio espiritual”, lo que indica la cercanía y la comunión de propósitos que existían entre ambos personajes.